Nariño: un rincón andino que inspira.
A solo 20 minutos de Pasto, bajo la mirada imponente del volcán Galeras, se encuentra el encantador municipio de Nariño. A 2.500 metros sobre el nivel del mar, este destino ofrece un aire puro de montaña y paisajes que parecen pintados, donde cada amanecer se viste de verdes intensos y cielos despejados.
Nariño conserva el alma de un pueblo auténtico, fundado oficialmente en 1879 pero con raíces mucho más profundas. Aquí la vida transcurre tranquila, entre tradiciones que se mantienen vivas y la calidez de su gente, que recibe a cada visitante como parte de su familia.
Cultura y tradiciones vivas.
En Nariño, la cultura late al ritmo de la fe, la música y la alegría de su gente. El corazón social del municipio es la iglesia parroquial de San Francisco de Asís, patrono local, cuya fiesta patronal en octubre es el acontecimiento más esperado del año. Durante tres días, las calles se llenan de procesiones y eucaristías que combinan devoción con un ambiente festivo: desfiles de bandas marciales, bailes folclóricos, música andina y concursos de danza infantil que contagian entusiasmo a propios y visitantes.
La celebración culmina con emocionantes carreras de motos y ciclismo que recorren el pueblo, reflejando la energía y el espíritu alegre de sus habitantes. Pero las tradiciones no se detienen ahí: a lo largo del año, la comunidad se reúne en fiestas vecinales y celebraciones religiosas que honran santos, cosechas y memorias ancestrales.
En este rincón andino aún resuenan coplas, rondas campesinas y ecos de antiguas lenguas indígenas, herencia del cacique Chaguarbamba, cuyo nombre se mantiene vivo en la memoria colectiva. La vocación de paz, el amor al trabajo y la hospitalidad de sus pobladores hacen de Nariño un lugar donde la tradición no es pasado, sino presente compartido.
Turismo rural y comunitario.
Nariño es tierra campesina por excelencia. Sus paisajes están tejidos de cultivos, pastizales y fincas familiares que revelan la esencia auténtica del mundo andino. Quien recorre sus veredas (como La Ortiga o La Florida) descubre un turismo comunitario lleno de calidez, donde las puertas de los hogares se abren para compartir la vida rural en toda su sencillez y riqueza.
Aquí, el visitante puede hospedarse en caseríos tradicionales, saborear la comida casera preparada con productos de la huerta y acompañar al arriero en sus labores diarias. En la vereda La Ortiga, la asociación “La Cima del Gran Cumbal” reúne a familias locales que ofrecen transporte, alojamiento campesino y la oportunidad de vivir la aventura del ascenso al volcán Cumbal, todo acompañado de relatos ancestrales sobre la montaña y la región.
Otros rincones, como el bosque de pinos de Cantaclaro, invitan a caminatas al amanecer entre senderos cubiertos de neblina, con miradores naturales y la pequeña capilla del lugar que se ha convertido en punto de peregrinación espontánea.
El sabor autentico de Nariño.
El sabor de Nariño nace en la tierra fértil de sus montañas. La papa, el maíz y el cuy son los protagonistas de una cocina sencilla pero llena de tradición, que guarda en cada receta la esencia del mundo andino. Sentarse a la mesa en este municipio es descubrir la calidez de su gente a través de platos preparados con productos frescos y cultivados a mano.
Entre sus imperdibles están el cuy asado, crujiente y dorado al calor de los fogones al aire libre; los tamales nariñenses, envueltos en hojas de bijao con un inconfundible aroma; y el reconfortante caldo de mote con papa criolla, perfecto para los días fríos de altura. Los visitantes también destacan los fritos de cerdo y res, el tradicional chuño (papa deshidratada) y los dulces caseros elaborados con maíz.
En las posadas rurales, la experiencia se completa con una taza de café de altura, cultivado en las laderas andinas, acompañado de pan de queso recién horneado. Cada bocado es un viaje a las raíces campesinas, un encuentro con la historia y el paisaje que hacen de la gastronomía uno de los mayores atractivos de Nariño.
Herencia espiritual y arquitectura viva.
El alma de Nariño se refleja en su patrimonio espiritual y en las construcciones que lo resguardan. En el corazón del municipio se alza la iglesia de San Francisco de Asís, edificada a mediados del siglo XX, que domina la plaza mayor con su fachada azul y tejado metálico. Allí, entre vitrales sencillos e imágenes del santo patrono, cada año cobran vida las procesiones y celebraciones más sentidas por la comunidad.
Más allá del casco urbano, las veredas guardan pequeñas capillas campesinas de adobe y teja, acompañadas de escalinatas y arcos en madera que evocan la influencia franciscana en estas tierras. Estos espacios, aunque humildes, son el reflejo de la fe viva que sostiene la identidad del pueblo.
El patrimonio de Nariño no solo está en sus muros: se encuentra también en lo intangible, en los trajes coloridos de las fiestas, las canciones de trova andina y la artesanía en fibras vegetales como los sombreros de paja, elaborados con paciencia y tradición. Los caminos rurales revelan pequeños santuarios (cruces de madera, imágenes de la Virgen) que expresan la devoción de los agricultores.
Además, la Casa Grande de Iles, refugio de la Virgen del Rosario en la vecina Pasto, mantiene un vínculo regional de peregrinación que conecta a Nariño con las tradiciones culturales de la Diócesis, reforzando un legado espiritual compartido.
Nariño es un municipio que se descubre en la sencillez de sus veredas empedradas, en el murmullo de sus bosques y en el aroma del café recién cosechado. Su gente, cálida y trabajadora, transmite la esencia de un lugar que ha sabido honrar sus raíces sin perder autenticidad.
En cada rincón se mezclan naturaleza y tradición: desde las colinas cubiertas de pinos hasta el bullicio festivo de su fiesta patronal, Nariño revela un equilibrio perfecto entre aire puro de montaña y riqueza cultural campesina.